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Y LA FAMILIA ¿QUÉ TAL?

Por David Cáceres

Cuando algunos de nuestros pacientes alcohólicos acaban por pedir ayuda, ya lo han perdido todo.

A lo largo de sus muchos años de consumo de alcohol continuo y desmedido, fueron quedando desparramados o abandonados por el camino trabajos, dineros, amigos y familias. Y al final, la soledad.

Pero lo que nuestros pacientes van descubriendo cuando dejan de beber, es que lo primero que se empieza a quedar por el camino cuando se bebe es uno mismo. De una forma lenta y progresiva, y en ocasiones de forma brutal y violenta, uno va siendo sustituido, suplantado, por otro yo que se aparece como un monstruo egoísta e irresponsable que no se detiene ante nada ni nadie, y que parece ciego y sordo a los gritos del sufrimiento que ocasiona en los demás.

Uno sigue bebiendo a pesar de las suplicas de hijos, esposos, padres, hermanos o amigos del alma. Uno sigue bebiendo a pesar de las propias súplicas que uno se hace a sí mismo y a su Dios si es que lo tiene…Porque en el fondo, aunque le gustaría dejarlo, sabe que no puede hacerlo y que intentarlo es inútil.

La enfermedad adictiva constituye una suerte de engañosa pérdida de libertad que atrapa irremediablemente al que la padece: la pérdida de libertad para decidir sobre el propio consumo (la persona adicta no puede decidir cuándo y en qué cantidad consume; su trastorno lo hace por ella) y la pérdida de libertad para ser uno mismo en cada momento. El efecto psicoactivo del consumo agudo de alcohol y su efecto neurotóxico crónico generan un episódico trastorno de la personalidad que con el tiempo se cronifica y complica con el desarrollo de otros trastornos mentales (trastornos depresivos, de ansiedad, celopatías, deterioro cognitivo, demencias). Los familiares dicen: “de un tiempo a esta parte ya no es él”, “antes no era así”, “es como si ya no me quisiera”…

Y los efectos tóxicos del consumo se irán sumando, complicando aún más una historia de placer que se va tornando irremisiblemente en sufrimiento.

Y la familia, ¿Cómo puede llevar todo esto?

Mujeres y hombres, jóvenes, niñas y niños, que sufren el desconcierto de convivir con una persona cuyos cambios y vaivenes son cada vez mayores e insoportables, cada vez más dolorosos e imprevisibles, en casas donde la culpa, el miedo, la tensión y la desesperanza van inundándolo todo. Y donde las promesas de cambio y reparación se ven destrozadas de forma inmisericorde con cada nuevo episodio de consumo y sus consecuencias.

Los sentimientos de culpa, vergüenza, incertidumbre, desconfianza, desesperanza, miedo, ira, tristeza…, que experimentan los familiares de las personas alcohólicas confluyen en una devastadora sensación de impotencia cuando ya lo han intentado todo y su ser querido parece haber dejado de quererles y rechaza cualquier propuesta de solución o planteamiento de ayuda que proponen.

Una terrible situación en la que el familiar también va enfermando. A menudo, los familiares acuden desorientados, desinformados y con problemas para la gestión de un sinfín de emociones y de vivencias negativas que les supera.

Es por ello que desde los dispositivos de tratamiento debemos esforzarnos por dispensar a las familias de los enfermos un trato compresivo y cordial, y aportar desde el principio, la información necesaria que les sea realmente útil para comprender lo que les está ocurriendo y qué se puede hacer al respecto. Y ofrecer siempre ayuda y tratamiento si ellos mismos lo precisan.

La acogida al familiar en los centros de tratamiento debe ser una actividad realizada con la máxima dedicación y adaptada a la situación particular en cada momento:

Cuando el enfermo no quiere acudir a tratamiento, prestamos apoyo y acompañamiento, e información sobre la enfermedad adictiva y sus consecuencias en la persona que lo padece y en la familia. Valorar la situación concreta de cada familia, identificando sus fortalezas y situaciones de riesgo permitirá establecer medidas de autoprotección y de protección de personas vulnerables y menores como prioridad.

Será necesario mucho apoyo para sobrellevar la situación y favorecer estrategias para acercarse a su ser querido enfermo que faciliten su toma de conciencia y posibilidad de que en algún momento acepte ser ayudado. Desculpabilizar es fundamental para poder reducir el sufrimiento y facilitar el posicionamiento para la puesta en práctica de soluciones. La adicción al alcohol es una enfermedad terrible, en la que no hay culpables, sólo víctimas (aunque una de ellas, el enfermo, a primera vista parezca el culpable).

Y transmitir esperanza, porqueel alcoholismo, como otras enfermedades crónicas, tiene tratamiento. Cuando el paciente toma conciencia de su enfermedad y se embarca en el proceso de dejar de beber y mantenerse en abstinencia, empieza el proceso de recuperación de la libertad de ser él mismo. Es cuando comienza el proceso de recuperación de lo perdido por el camino y el reencuentro con la familia y los seres queridos. Y en este proceso participa desde el principio el familiar, que ayuda y es ayudado, en la rehabilitación de todas las áreas que se han ido deteriorando con el progreso de la enfermedad. Una labor de reconstrucción orientada a la máxima rehabilitación personal y psicosocial, en la que se incluye la recuperación de las relaciones familiares como parte del programa de tratamiento.

Como dije antes, cuando algunos de nuestros pacientes alcohólicos acaban por pedir ayuda, ya lo han perdido todo. En realidad, la pérdida más terrible es perderse a uno mismo y no darse cuenta de ello. Y en muchos casos, es el esfuerzo, la tenacidad y el acompañamiento de la familia el que hace posible que el enfermo vea esto y dé los primeros pasos para ser ayudado.

 

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